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lunes, 8 de febrero de 2010

La Asamblea de Filadelfia

Hacía un frío brutal, pero apenas podía preocuparme de buscar más abrigo. Isidro captaba toda la atención de la sala y a mi me estaba descubriendo un pequeño gran drama. Otro más en el Chaco.

Isidro Núñez era el líder de la comunidad indígena Angaité y su papel era representar a los aborígenes en una asamblea con los políticos de la región y los ministros de Medio Ambiente y el Instituto Nacional del Indígena. De toda la vida, él y su familia, cómo tantas otras comunidades, habían usado leña para hacer carbón. Así se calentaban en invierno y sacaban algo de dinero de su venta para comprar ropas y alimento en las ciudades. Ahora una ley medioambiental prohibía la tala de árboles en los asentamientos de los Angaité o los Ayoré, privándoles de sustento y combustible.

No pedían limosna, y así lo expresó Isidro. De hecho, rechazaban los donativos que les mandaba el gobierno. Los indígenas del Chaco ya han dejado de quejarse por ser expulsados de sus aldeas originarias y están resignados a abandonar la caza, porqué cualquier día dejará de haber animales a los que perseguir. Pero que no les permitieran talar un puñado de árboles mientras empresarios de Asunción transportaban camiones llenos de troncos era humillante: “¡Ninguna ley puede estar por encima de la dignidad!”, dijo Isidro.

Esa era la realidad. Mientras los políticos regionales y los burócratas llevaban meses pasándose la pelota sin solución, las aldeas que dependen del carbón se iban degradando. Mientras los responsables de la cuestión indígena en el Paraguay apenas salían de sus oficinas, centenares de familias perdían lo mejor de su cultura originaria para quedarse con lo peor de la “sociedad moderna”. Mientras sucedía todo esto, Isidro metía prisa: “No esperen a pactar, el hambre no espera”.

Al final quedó una propuesta. “Prueben ustedes, señores de la capital, a vivir cómo los indígenas: sin agua, ni ropa, ni alimento, viendo a sus hijos enfermar y pasar hambre; no aguantarían ni una semana”. Y todos los blancos que le escuchábamos tuvimos que bajar la cabeza. Eso sí que nos había dejado helados.

Esa es una de las historias que encontré en el Chaco. Ésta terminó bien, con la firma de un documento conciliador. Hay otras que no tienen final feliz. Cualquiera de todas ellas son ejemplos de la vida que encontré en el SUR. Una vida sencilla, un poco inocente, unas veces esperanzadora y otras, injusta. Una vida siempre rica.

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